Me di cuenta que las niñas hablaban de otra cosa cuando de la
nada salió Ye y empezó a caminar todos los días con nosotros rumbo al
bachillerato; mi amigo Equis, a quien conocía desde primaria me dijo un día
antes: “Oye, a partir de mañana vendrá una chava con nosotros”, ¿Por qué? No sé
y ni pregunté, sólo me encogí de hombros. Llegaron a mi casa; ella llevaba el pantalón bastante flojo,
tenis converse, cabello lacio hasta los hombros, blusa escolar de niño, como
queriendo ocultar que se empezaba a convertir en mujer y a la vez gritando
estoy flaca y hermosa y no pienso en mi cuerpo. Equis y yo olvidamos nuestras
pláticas de fútbol mientras ella acaparaba toda la atención repitiéndonos poemas
que aprendía de memoria en su taller literario de viejitos; sabía que no nos
importaba, pero era tanta su emoción que yo creo debía pensar que al decirlos
quedaríamos tan perplejos como ella, y bueno, una vez sí lo logro cuando dijo: “Y
junto a la ventana la cama, en la que tantas veces hicimos el amor bajo el sol
de la tarde”… Interrumpimos: “A ver, espérate, repite eso, ¿hicieron qué?”, por
fin algo interesante, ese kavafis era más aventurado que Lezama Lima, Omar
Khayyam y los otros tantos poetas con los que cada día nos torturaba. Dos
adolescentes hormonientos habíamos
dejado de pensar en fútbol para escuchar a la señorita que hablaba ya no de poesía, sino de hacer el
amor; fue entonces cuando supe que Ye y yo tendríamos
un futuro juntos.