Voy a disecar a mis
animales, a esa jauría ingrata, así podré exhibirlos, si piensan que son
tesoros ahí están pues sobre las paredes de mi sala sin muebles, no son más que
preámbulos para nada, fuente y cansancio al que le doy demasiada importancia,
sólo he querido saber si hay otro mundo donde la naturaleza sucede, donde los
sabores y aromas son un platillo de pájaros o peces, según la dieta a seguir.
Confieso, en el tabú
del cuento de la bella y el perro es que me enamoro de la deformidad, y llegan
a mi oído los cardúmenes de juicios; dicen que hay demasiados ojos para una
cara, no se preocupen, nos unen nuestros defectos, pero descubren, es ahí donde
radica la inmortalidad.
Habremos de
aborrecernos por sus piernas anchas y mi estructura de cazadora, porque aún quiero
matar esta animalia, con un escarpelo recortar formitas de corazones de entre
los vientres de oso, león, macaco, bestia, perro y camaleón pisoteado, y quedar
exhausta, dormir doce horas en este cuerpo en curvas enjaulado en pestañas,
abandonarme al sueño recurrente de la imposibilidad del tigre.
Así es más fácil
negarme, huir como siempre o esconderme tras la puerta de mis miedos.