Se acomodan las
cosas, se acomodan mis vértebras y mi cuerpo a tu abrazo; pero no estás y es de
noche y sólo aúllan los animales en pena culpa.
El perro de seis
ojos confiesa haberme consumido a rayas blancas, en la carretera de su nariz de
vellosa y barros. Entre sus dientes la espuma escurre discurre ocurre y me
escupe discurso, que en estampida son colores sobre láminas, olores a tres días
de fiesta y resurrección. Acepté su ofrecimiento de cabellos para arrancarlos,
seguir su vacío de piano pisando planito, ignorar que uno se irrita de que
pague la noche que no se ha de apagar. Este perro nació para el espejo, solo en
su repetición sufre a contraluz de mala hierba en polvo y me angustia porque lo
quiero para quien pueda quererlo. Que mejor se vaya, callejero, antes de que le
suelte un puñetazo.