Hay de todo, menos
un tigre en esta casa; me queda el café y la leche que no tomo. Lo confieso,
soy intolerante a los que escriben con un dedo; la bestia puso en el membrete:
me voy, sin un chingatumadre siquiera por despedida (no lo firma, no lo afirmo).
Y a desniveles,
otros animales cobran fuerza o debilidades, a según el clima, a según la luna,
a según la distancia. Yo quiero vivir en el bosque donde brillan sus ojos, para
quedarme inmóvil, para que no me mate, para que sea la noche y me confunda por amiga
y podamos embriagarnos indefinidamente, con música de fondo, quedándonos
invertebrados, en ese juego tan grizzly de orinar la nieve y calentarnos las
manos.
El macaco lloró al
unísono de grillos un insomnio, pero fue en sus noches que el león se adueñó de
mis posibilidades, y así es que hoy les digo, en voz muy baja: no hay nada que
me ilusione.
Cualquier juramento
aún ante la ley será más falso que un poema, pero concuerdo en que el poeta, es
el mejor fingidor.
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