La vida es una perra
sin raza que se da el lujo de tener moral. Presentí el león como se presiente
el destino de esconderse para evitar la corona y el whisky; correr a paso
antílope contra pared, a cangrejo resquebrajado, porque un macaco me hace reír
de llanto y es que puedo arrullarlo entre mis brazos de leche y miel. Hay tanto
dulce que dañaré sus vértebras.
A veces odio la
espalda y lo que resulta innombrable por bloquearme la vista, me refugio en el
coro de gruñidos grizzly, en las canciones de cuna para que me silencien este
maldito síndrome del nido vacío, y que se vayan en mutis todos los animales,
comenzando por el lobo de seis ojos con todo y sus culpas más grandes que sus
logros.
Hoy, sólo me queda
un latido petirrojo; la idea del altar a los rasguños del tigre.
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