Para Leda lo más bello del cisne no eran sus alas,
sino su cuello, blanco de Zeus,
de tan deseable le daba vértigo.
Al mirarlo de cerca,
le crecieron los brazos
quiso cargarlo en peso,
se hundió en el lago
y mojada hasta la espalda
desde su ombligo
en cuatro segundos
y a cuatro tiempos
dijo lo que los dioses oyen
cuando se expira
lo que uno es.
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