Hicimos un viaje a Puebla con los
equipos de fútbol rápido del Montessori Jalisco. Yo les duplicaba la edad a la
mayoría de las niñas, y el coach me puso a cargo de ellas. Ya de regreso, en el
camión, mientras casi todos iban dormidos, también los varones y el grupo de
infantiles, exhaustos, después de un torneo maratónico de fin de semana, en el
que cada uno teníamos tres partidos por día, se me acerca la portera y me
despierta para decirme que quiere ir al baño y que el sanitario del autobús está
clausurado; sólo atiné a decirle: No te preocupes, ya falta poco para llegar,
una media hora, - y agregué- mientras puedes pensar en otra cosa para
distraerte, por ejemplo ¿has ido a la Cascada de Basaceachic en Chihuahua o a la
de Cola de Caballo en Monterrey?, o puedes imaginarte el río, el mar, una
fuente llena de agua que suena como este termo (y lo empecé a agitar). Ella
trataba de interrumpirme y decirme que me callara mientras cruzaba las piernas,
pero añadí, con entusiasmo: Ah ya sé, ¿en el kínder no te ponían la canción de
la lluvia?, mira –indiqué- comienzas con un dedo golpeando tu palma, luego dos,
y así hasta que vas aplaudiendo, simulando el golpeteo de la lluvia. Desesperada,
suplicaba silencio y yo la sujeté del brazo para que no se fuera a otro lugar,
y continué, ahora cantando: Lluvia cae, lentamente sobre mí, qué más da, si
contigo soy feliz, ay ay ay me estoy enamorando…
Seguí con temas sobre
inundaciones y tormentas y luego algunos datos acerca de los riesgos para la
salud que tiene el “aguantarse”, el daño a los riñones, etc., hasta que,
situación penosa, se orinó.
Pocas veces puede ser uno tan
creativo y no iba a desaprovechar esta oportunidad, en fin, pasados cuatro
minutos llegamos a una caceta donde bajó, llorando, a cambiarse la ropa.
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