viernes, 11 de julio de 2014

Un desayuno de trabajo


La semana pasada desayuné con un amigo burgués, perteneciente a una de las familias más connotadas de Jalisco. Platicamos de la comida del lugar, de vinos, un poco de política y de sus negocios, así como de su más reciente viaje a Maui, lo que por supuesto hizo volar mi imaginación, sorprendiéndome distraída o "en la luna" pensando en las olas y en los surfistas quienes sin duda siempre harán aún más bellas las playas.
De entrada pedimos una panela asada al pesto, tomates rellenos de marlin con tocino frito y luego lo típico: jugo, fruta, café, huevo, etc., muy rico todo, el lugar estaba lindo y ya saben: mantelitos, atenciones y además la buena compañía, eso hace que todo sepa mejor.
Llegamos al tema del arte y su visión me reveló una cuestión incómoda pero interesante a la vez, confesándome que se ha vuelto un fanático de lo conceptual, principalmente por una razón que comparte con varios de sus colegas: El desprecio a los artistas.
Hubiera querido llevar una grabadora para guardar con exactitud sus palabras, pero más o menos trataré de apegarme a lo que dijo: "Mientras nosotros prácticamente nos partimos la madre trabajando en cosas productivas, ustedes nos han vendido una idea que no nos ha resultado redituable, así que una especie de venganza es el comprar lo menos funcional posible del mundo y fanfarronear con este tipo de arte llamado conceptual o moderno o como quiera que se le diga sobre todo a los ready made. ¡Los estamos boicoteando, artistas, y es porque estamos celosos o enojados con ustedes!, y entonces esta inversión que ya sabemos perdida, al menos nos ha resultado muy divertida".
Habló sin tapujos, con cierta malicia y sonrisa infantil, agregando que su hipocresía ante el arte ha encontrado un nicho en quienes también son hipócritas ante lo que hacen, y pues que en esas circunstancias nadie engaña a nadie.
A pesar de que soy disidente de esta corriente artística denominada conceptual, en la que contadas veces he visto atisbos de brillantez, la visión del empresario realmente me perturbó, sin embargo, cómo contradecirlo si un cubo de hielo o un hoyo en la pared resultan ser lo último de lo último en el terreno del arte, siendo entonces cuando las ocurrencias sobrepasan la propuesta, o como diría Avelina Lésper, cuando debes preguntar si el extinguidor no es parte de la exposición.
Sin duda fue muy respetable su punto de vista, luego hablamos del poder de la economía y ahí casi no entendí pero sí se lamentó de cómo han jodido a muchas familias al ponerles a los empleados horarios de trabajo de doce horas "a discreción", a cambio de un sueldo mínimo. Ya por último, como postre y aligerando la despedida, retomamos el tema de Maui y los surfistas.
Debo agregar, en el tono que utilizan en un confesionario, que terminó comprándome cuadros del arte que ahora quieren denominar convencional, y todo porque, una vez valorado su juicio, agregué que ese lote de pinturas que llevaba bajo mi brazo tenían que ver con el tema de la revaloración de un jabón zote en su más puro estado, significando una involución a mi infancia, cuando todos sabían hacer esculturas con este noble material y yo ni eso y ni legua de taquito, lo que me provocó un trauma y un desapego a mis compañeros del salón, momento crucial en el que decidí convertirme en artista.

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