domingo, 10 de junio de 2012

Habitación cerrada


Tuve la muerte por instinto, lo demás es vano.
No hay secuencias, ni blanco o negro en carretera. Me quedo en los límites de las teclas de un piano, por eso duermo hasta que acaba el día.
Confío en que las ramas de los árboles correspondan a la caída de sus hojas.
Lamento a los hombres de plantas y banquetas soleadas, a quienes señalan con dedos cortos y anchos.

Todas las voces que escucho son entierros, hueco en hueco sobre suelo plano: espejo hueco ante el reflejo plano.


La huida no es temor suficiente.


El silencio es un grito cóncavo en todo el espacio, un navío negro para cortar la sangre.

Estoy llena de tiempos que no me corresponden.
Soy plural de vez en cuando,
nadie nos ve.

Estoy frente a ti para escribirme y al hacerlo me abro las comisuras de los dedos.

Si tuviera que morir hoy lo haría en esta habitación cerrada.
¿Dónde quedan las luces si no hay ya despiertos? ¿Dónde las voces no invitadas?
Hay vómito en tu cadera.

Es necesario emprender la huida. Ser otro implica un tiempo fallido. Silencio.

El polen ha hilado las entrañas del viento.

Mi vista se interrumpió en ese hilvane de movimientos que me sudan la frente. Hay lobos que se materializan en todas las habitaciones cerradas donde muero.


Escucho el murmullo de las cortinas, el filo contra filo de las persianas. Rasgo una orquídea, me burlo de los cristos de cabeza que alguien quiere descubrir.

Enfrento un duelo.

Puedo vivir mi historia en pocos minutos, situarme en todos los espacios de una plaza.

Con la luz se han cegado los movimientos de unos y otros.
Lo absoluto no necesita contarse, demasiado tiempo y todo faltaría.
Sueño con el rostro de los días, alguien acaba fijándose en mi mente, quizás yo misma en la elipsis del pensamiento.

Te identifico entre un aleph de claroscuros (tus deseos han alargado los gestos de tu cara).

Si extendemos la voz de los cuerpos, interrumpen quienes no sangran, destruyen, los oídos.

Soy un concierto de piano a media calle.


Los cocodrilos buscan a las presas menos probables, por eso me han creído lejana en mi versión desdeñable de la gratuidad.


Si me declaro en huelga empiezo a enrojecer. ¿Qué mayor prueba de la fauna humana?

Acepté el trueque de perlas por piedras calizas para tallarme los codos.

Estaba equivocada. No debo morir en esta habitación.

Amasijo solemne y ovejas hexagonales.
Regreso.
Divago fácilmente.

Me molestan las preguntas personales. 


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