domingo, 10 de junio de 2012

Habitación de incienso


Habitación de incienso

Viajo en el sonido de una muerte y sus murmullos. El todo está aquí. Aire de cera es el espacio, nos movemos a partir del fuego y la fricción posible.
No esperaba lo evidente: estigmas sobre una mesa, jarras y corazones de cristos traspapelados; la pirotecnia que ha ensordecido el movimiento natural de las cosas.
Tomo un café, me quema la mañana.
Empiezo a respirar a conciencia, los latidos se hacen más hondos.
Un hombre ha metido aguardientes y sapos en su garganta, pianos de cabeza, un hombre que no puede llover.
Algún día sus palabras deletrearon la prematura oblicuidad de mi espalda.
En la roja oscuridad están las llagas de la voz.
Todas las perpendiculares de la materia me chillan los oídos. Un acartonamiento no concluye. El humo se confirma en el pelambre blanco y amarillo de las cosas.
Condenada a permanecer de pie, sigo ausente. Con los rezos mordidos me dispongo contra la razón.
Se derrama el café por toda la sala.
Al interior de las puertas escuchamos los minutos de inmovilidad que vienen con el tiempo. Aquí la materia se une y se fragmenta en la noche de un punto.
Bienvenidos al entierro de noviembre, incienso a la altura de la vista. En fragmentos pánico. Ya será de día cuando estemos dormidos en posición fetal.
Empieza a amanecer y nadie está presente en ese alejamiento opuesto al designio de la vida. Salto para arrancar los pantalones de los techos. Hace horas que llegué a mi casa y que empecé a deletrear las obligaciones de habitarme.
Ustedes han decidido callarse, pero no dejan de hablar a través de esta habitación.

Alguien vendrá en unos días. 


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